QUEDARNOS DORMIDOS.
Morir, para un cristiano es – según la Escritura, una acción de lo más natural, porque no es más que quedarse dormido.
Cuanto más pienses en este tema, más claro tendrás que no puede haber ningún dolor en la muerte; todo dolor debe estar conectado con la vida, son los vivos los que sufren. En la muerte, olvidamos todo dolor. Ese toque suave, esa caricia divina que pondrá fin a todo dolor y tristeza es lo que los hombres suelen llamar muerte, pero que el apóstol, con toda razón, llama sueño. No hay nada que temer en ello; todo el proceso puede estar libre de dolor, y creo que, la mayoría de las veces, así sucede.
Un niño pequeño ha estado jugando en el campo, cogiendo margaritas todo el día. Pero finalmente, cansado y agotado, se queda dormido en el regazo de su madre. ¿Qué otra cosa mejor podría hacer? Así pues, aunque no estemos muy dispuestos a morir, llegará el momento en el que hayamos terminado nuestra vida – nuestro trabajo o nuestro juego, como quieras llamarlo – y nos quedemos dormidos en el regazo de nuestro Dios. ¿Qué otra cosa mejor podríamos hacer?
Una vez tuve que decir en este mismo lugar que "Nuestro querido hermano Fulano se ha ido a casa". Un querido y viejo amigo mío, ahora ya en el cielo, que entonces ya era anciano, al oír aquello dijo: "Y no podía hacer nada mejor, querido pastor; nada mejor. Usted y yo haremos lo mismo uno de estos días. ¡También nos iremos a casa!" Nuestro amigo no tardó mucho en seguirle, y yo ahora puedo decir de él que "No podía hacer nada mejor". ¡Es donde los niños buenos siempre van cuando se hace de noche, a casa! Si salen corriendo, ¿adónde irían? Cuando llega la noche, queridos hijos de Dios, tú y yo debemos ir a casa. ¿Te da miedo esa perspectiva? Si es así, seguro que nuestro amor hacia nuestro Padre celestial y hacia nuestro Hermano Mayor, y a nuestra casa de arriba, debe estar enfriándose un poco.
Charles H. Spurgeon.
Del sermón 2.659 del Tabernáculo Metropolitano de Londres.
