AMAR A CRISTO EN LA PRÁCTICA.

Pubicado en Vida Cristiana

1.       Si amamos a una persona, nos gusta pensar en ella. No necesitamos que nos la recuerden. No olvidamos su nombre o su aspecto o su carácter o sus opiniones o sus gustos o su posición o su ocupación. Acude a nuestra mente muchas veces al día. Aunque quizá esté lejos, a menudo se halla presente en nuestros pensamientos.

Pues bien, así es entre el verdadero cristiano y Cristo. Él “habita en su corazón” y está en su pensamiento cada día (Ef. 3:17). El verdadero cristiano no necesita que le recuerden que tiene un Maestro crucificado. Con frecuencia piensa en Él.  Nunca olvida que Él tiene un día especial, una causa y un pueblo, y que él forma parte de ese pueblo. El afecto es el verdadero secreto de una buena memoria. Ningún hombre mundano puede pensar mucho en Cristo a menos que alguien lo presione para ello, porque no tiene ningún afecto hacia Él. El verdadero cristiano tiene pensamientos sobre Cristo cada día de su vida por la sencilla razón de que lo ama.

 

2.      Si amamos a una persona, nos gusta oír acerca de ella. Encontramos placer en escuchar a aquellos que hablan de ella. Sentimos gran interés cuando alguien nos cuenta algo de esa persona y nos describen sus reacciones, sus palabras, su conducta y sus planes. Puede que algunos respondan con indiferencia, pero nuestros corazones laten con fuerza sólo con el sonido de su nombre.

Bien, así es entre el verdadero cristiano y Cristo. El verdadero cristiano se deleita en oír algo acerca de su Maestro. Le gustan más aquellos sermones que están más llenos de Cristo. Disfruta de la compañía de aquellas personas que hablan de las cosas del Señor. Una vez leí algo acerca de una anciana creyente de Gales que solía caminar muchas millas para oír a un predicador inglés. Cuando le preguntaron por qué, ella contestó que aquel predicador nombraba a Cristo tan a menudo en sus sermones que, a pesar de no entender el idioma, aquello le hacía bien. Ella amaba incluso el nombre de su Salvador.

 

3.      Si amamos a una persona, nos gusta leer acerca de ella.  Qué placer tan intenso para una esposa leer una carta del marido ausente, o para una madre leer una carta del hijo ausente. Para otros, la misma carta puede parecer de poca importancia. No se tomarían ni el trabajo de leerla entera. Pero aquellos que aman al que la escribió verán algo en ella que nadie más puede ver. La llevan consigo como un tesoro. La leen una y otra vez, y otra.

Bien, pues así es entre el verdadero cristiano y Cristo. El verdadero cristiano se deleita en leer las Escrituras porque le hablan de su amado Salvador. Leerlas no es ninguna tarea cansada. Raramente necesita que le recuerden llevar su Biblia cuando sale de viaje. No podría ser feliz sin ella. ¿Y por qué? Porque las Escrituras testifican de Aquel a quien ama su alma.

 

4.      Si amamos a una persona, nos gusta agradarle. Nos alegra consultar sus gustos y opiniones, actuar con su consejo y hacer las cosas que él aprueba. Incluso nos negamos a nosotros mismos para seguir sus deseos, nos abstenemos de cosas que sabemos que le desagradan y aprendemos cosas a las que no estamos inclinados naturalmente porque pensamos que le complacerán.

Bien, así es entre el verdadero cristiano y Cristo. El verdadero cristiano estudia la manera de agradarle, siendo santo en cuerpo y en espíritu. Muéstrale algo de su práctica cotidiana que Cristo detesta y lo abandonará. Muéstrale algo en lo que Cristo se deleita y buscará conseguirlo. No murmura de ninguna de las exigencias de su Señor por considerarlas demasiado estrictas como hacen los hijos del mundo. Para él, los mandamientos de Cristo no son gravosos, y su carga es ligera. ¿Y por qué? Simplemente porque le ama.

 

5.      Si amamos a una persona, nos gustan sus amigos. Estamos inclinados favorablemente a ellos incluso antes de conocerlos. Estamos unidos a ellos por el lazo común del amor a esa misma persona. Cuando los conocemos, no sentimos que son extraños. Ya existe un vínculo de unión entre nosotros. Aman a la misma persona que nosotros, y sólo eso ya es una presentación.

Bien, pues así es entre el verdadero creyente y Cristo. El verdadero cristiano considera sus amigos a todos los amigos de Cristo, miembros del mismo cuerpo, hijos de la misma familia, soldados del mismo ejército, viajeros al mismo hogar. Cuando los conoce, siente como si ya los conociera desde hace tiempo. Está más en casa con ellos en unos pocos minutos que con muchos de sus conocidos mundanos después de muchos años. ¿Y cuál es el secreto? Simplemente el afecto al mismo Salvador y el amor al mismo Señor.

 

6.      Si amamos a una persona, estaremos celosos de su nombre y de su honor. No nos gusta que hablen en su contra sin salir al paso y defenderle. Nos sentimos obligados a mantener sus intereses y su reputación. Consideramos a la persona que le trata mal con tanto desagrado como si nos hubiera tratado mal a nosotros.

  Bien, pues así es entre el verdadero cristiano y Cristo. El verdadero cristiano          tiene un celo santo contra todos los esfuerzos por difamar la palabra, el nombre,  la iglesia o el día de su Maestro. Le confesará delante de los príncipes, si fuera     necesario, y se percataría de la más mínima deshonra contra Él. No podrá     quedarse tranquilo viendo cómo otros avergüenzan la causa de su Maestro sin  testificar contra ello. ¿Y por qué? Simplemente porque le ama.

 

7.      Si amamos a una persona, nos gusta hablar con ella. Le contamos todos nuestros pensamientos, y le abrimos nuestro corazón. No nos parece difícil descubrirle los asuntos que nos preocupan. Aunque seamos silenciosos y reservados con otros, encontramos fácil hablar con un amigo muy querido. Por muy a menudo que nos encontremos, nunca nos quedamos sin temas de los que hablar. Siempre tenemos mucho que decir, mucho que preguntar, mucho que describir.

Bien, pues así es entre el verdadero cristiano y Cristo. Para el verdadero cristiano no es difícil hablar con su Salvador. Cada día tiene algo que decirle, y no está contento hasta que se lo diga. Le habla en oración cada mañana y cada noche. Le cuenta sus necesidades y deseos, sus sentimientos y sus temores. Le pide consejo en las dificultades. Le pide consuelo en los problemas. No puede evitarlo. Debe conversar con su Salvador continuamente, y se desmayaría por el camino. ¿Y por qué? Simplemente porque le ama.

 

8.      Si amamos a una persona, nos gusta estar siempre con ella. Pensar, escuchar, leer y hablar ocasionalmente con cosas que están bien, pero cuando realmente amamos a alguien, queremos algo más. Deseamos profundamente estar siempre en su compañía, y tener comunión con él sin interrupciones ni despedidas.

Bien, así es entre el cristiano y Cristo. El corazón del verdadero cristiano anhela ese bendito día en el que verá a su Maestro cara a cara. Desea de verdad acabar de una vez con el pecado, y el arrepentimiento, y el creer, y comenzar la vida eterna en la cual conocerá como fue conocido, y no pecará más. Ha hallado muy dulce el vivir por fe, y presiente que será incluso más dulce vivir por vista. Ha hallado muy agradable oír de Cristo, hablar de Cristo y leer de Cristo. ¡Cuánto más agradable será ver a Cristo con sus propios ojos, y no dejarle nunca más! “Más vale vista de los ojos que deseo que pasa” (Ecl. 6:9).  ¿Y por qué? Simplemente porque le ama.

 

J.C. Ryle.

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