CUANDO EL SEÑOR PARECE DURO.

Publicado en Vida Cristiana

Rev. Dan Phillips.

Título

La historia que abre el capítulo 11 del evangelio de Mateo es intrigante e instructiva desde muchos ángulos. En primer lugar, no deberíamos pasar por alto cómo Mateo nos pone en situación en el versículo 2: “Y al oír Juan en la cárcel los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos”.

Es exclusivo de Mateo decir “el Cristo” así, llanamente. Utiliza ese título dieciséis veces en total, normalmente en labios de personas a las que está citando (Mt. 2:4; 16:16, 20; 22:42; 23:10; 24:5, 23, 63, 68; 27:17, 22). Él mismo – no citando a nadie – lo usa sólo cinco veces: cuatro de ellas en la narración de la genealogía y el nacimiento (Mt. 1:1, 16, 17 y 18), y en este pasaje.

Se encuentra sin “Jesús” sólo en 1:17; 2:4; 16:16, 20; 22:42; 23:10; 24:5, 23; 26:63, 28, y muchos de estos versículos son palabras dichas a Jesús o por Jesús. Así pues, Mateo está acentuando el hecho de que los milagros que Jesús estaba haciendo eran los milagros del Mesías, hechos mesiánicos en su carácter y que nos sirven para identificar a Jesús como aquel que había sido profetizado a lo largo de las páginas del Antiguo Testamento.

Mateo quiere que tengamos esto en mente con claridad mientras leemos lo que sigue. Sin embargo, Juan el Bautista, el anunciador mesiánico, el pregonero mesiánico, el que había identificado al Mesías ante Israel, está languideciendo en la cárcel. Da igual que mire arriba o abajo, a la derecha o a la izquierda, no hay ningún reino glorioso a la vista.

No es la primera vez que Juan nos recuerda a Elías, que después de una tremenda victoria (1ª Reyes 18) conoció un amargo desánimo y una gran frustración (1ª Reyes 19). Así que Juan envía a Jesús unos mensajeros (v. 3) para preguntarle: dado que no está pasando de hecho nada (de lo que, según sus expectativas, debería pasar), ¿es Jesús realmente el Mesías? ¿O el Mesías todavía está por venir?

¿Hasta dónde llegó la duda de Juan? No podemos saberlo. Puede que se hubiera preguntado si se había equivocado al identificar a Jesús como el Mesías, o que le hubiera gustado incitarle a actuar, o que simplemente quisiera una palabra de ánimo, mientras esperaba la muerte, una muerte que aparentemente iba a llegar antes del menor destello del glorioso reino mesiánico.

La clave, una vez más, está en el versículo 2. ¿Dónde oyó Juan sobre “los hechos de Cristo”? Mateo nos lo dice: “en la cárcel”. Juan esperaba (correctamente) que el Mesías traería liberación política, victoria y vindicación de su pueblo, una edad dorada y un reino terrenal. Pero Juan no veía liberación para Israel, ni para sí mismo. Así que mandó a sus alumnos a preguntar. ¿Cómo responde Jesús? Desde luego, no como esperaríamos.

Hay que decir que la respuesta de nuestro Señor es bastante brusca, incluso nos suena algo áspera (versículos 4 al 6). No es cruel, pero tampoco es lo que llamaríamos precisamente amable, ni edificante, ni considerada, ni cuidadosa. Honestamente, ¿no habríamos dicho nosotros algo diferente? Yo creo que sí. Si hubiera sido yo, habría dicho algo como “Decidle a Juan que aguante. Decidle que siento su sufrimiento y su dolor, que yo lo sé y que me importa. Decidle que el reino mesiánico vendrá en toda su gloria, y que él vivirá y se regocijará ocupando en él un lugar importante. Decidle que él verá cómo todo su sufrimiento no ha sido en vano, sino que ha glorificado a Dios. Decidle que los sufrimientos del tiempo presente no son nada comparados con la gloria que ha de venir. Decidle que, para que ese reino llegue a suceder, primero debo hacer expiación por el pecado y ganar la corona a través de la cruz. Decidle que, si persevera, al final lo entenderá todo y se alegrará”. Eso es lo que yo habría dicho. Y evidentemente, me habría equivocado. Jesús ve que Juan necesita algo diferente, y por supuesto, Él tiene razón.

Como ya he dicho, Su respuesta no es cruel, pero tampoco es suave. Lo que dice en realidad es: “Recordadle a Juan lo que ya sabe pero está olvidando en su desánimo. Recordadle que él ya sabe la respuesta a esa pregunta. Y recordadle que permanecer firme conmigo, con fidelidad, garantiza bendición”. De ninguna manera Jesús le dijo a Juan lo que Juan quería oír. En vez de eso, le dijo lo que necesitaba oír. Y a continuación, la historia se pone mucho peor, en cierto modo.

En el mismo instante en que los discípulos de Juan se marchan, Jesús se explaya elocuentemente sobre qué gran hombre es Juan. Es decir, lo explica, y sigue, y continúa (versículos 7 al 9). En serio, ¿no podía haberle dicho un poquito de eso a Juan? ¿No podía haberle echado algunas flores? Vamos, ¡Juan está en la cárcel esperando la muerte por su fiel servicio a Jesús! ¿No podía haberle mostrado un poco de amor de esa manera? Una vez más, evidentemente no. Aparentemente Juan nunca oiría esas amables palabras en esta vida.

Evidentemente, lo que yo pienso que Juan necesitaba no era lo que Juan realmente necesitaba. Tenemos otro detalle en el versículo 7, donde Jesús pregunta acerca de Juan: “¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento?” Jesús no lo ve así, como “sacudido”. Oh, sí, tú pensarías que sí, y yo también. Pero Jesús no necesita que nadie le diga lo que hay en el corazón del hombre, porque Él sabe lo que hay allí (Jn. 2:25; Apoc. 2:23). Así que lo que Jesús veía que Juan necesitaba (y lo que necesitaba verdaderamente), era evidentemente una buena sacudida. El Señor ve que Juan necesita que le tiren un cubo de agua fría a la cara. A Jesús los sentimientos de Juan, de qué humor estaba o cuáles eran sus emociones le importaba mucho menos que su fe y su fidelidad.

Reflexiona conmigo sobre esto como yo lo he hecho. Pregúntate: Si Jesús fue tan “duro” y áspero como a nosotros nos parece con un siervo tan favorecido y tan fiel, ¿puede resultarnos chocante si a veces nos parece duro y áspero al tratar con nosotros, pequeñas luces que brillamos mucho menos? ¿Ha habido veces en las que has pensado que Él no era un buen amigo porque no se ha presentado como tú lo habrías hecho por uno de tus amigos, porque no te libró inmediatamente de una depresión, una angustia, una dificultad, como tú lo habrías hecho por uno de tus seres queridos? ¿No nos da esto buenas razones para re-pensar, para recordar quién es quién, para recordar que aunque Jesús casi siempre nos da exactamente aquello que le pedimos, se reserva el derecho de darnos algo mejor (y por lo tanto, algo distinto) de lo que pensamos que necesitamos?

De hecho, Él nos da lo que le pedimos. Que nos dé con tanta regularidad, y nos proporcione tan frecuentemente una palabra de Su Palabra directamente o a través de otros, o nos deje atisbar un rayo de éxito o de fruto, que actuemos como niños malcriados y esperemos que Él lo haga todo el tiempo. Y entonces, cuando no lo hace, entramos en el Castillo de la Duda o en sus oscuros alrededores. Deberíamos pensarlo de nuevo. Al mirar atrás y buscar el sentido de nuestras vidas, o si es ahí donde estamos ahora mismo, deberíamos pensarlo de nuevo.

Como nuestro Señor le dijo a Juan que hiciera. Recuerda lo que ya sabes pero estás olvidando. Piensa en fe, piensa con la Palabra de Dios y con los hechos de Dios a la vista. Sólo recuerda: Él afirma que encaja todas las cosas para nuestro bien (Rom. 8:28), y no necesariamente para nuestra definición de bien y en nuestro propio horario o esquema de las cosas. ¿Parece duro? A veces. ¿Bueno? Siempre.

http://teampyro.blogspot.com.es/2012/04/when-lord-seems-harsh.html

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