¡Cuánto desdén ha derramado Dios sobre la sabiduría de este mundo! Cómo la ha reducido a nada, haciendo que se muestre sin valor. Le ha permitido que elabore sus propias conclusiones, y que demuestre su propia insensatez. Los hombres se jactaban de ser sabios; decían que podían descubrir a Dios a la perfección; y para que su necedad pudiera ser refutada de una vez por todas, Dios les dio la oportunidad de hacerlo así. Él dijo: "Sabiduría mundana, te voy a probar. Tú afirmas que eres poderosa, que tu intelecto es vasto y completo, que tu ojo es penetrante, que puedes descifrar todos los secretos; ahora, mira, Yo te pruebo: te presento un gran problema para que lo resuelvas. Aquí está el universo; las estrellas conforman su bóveda, los campos y las flores lo adornan, y las corrientes recorren su superficie; mi nombre está escrito allí; las cosas invisibles de Dios se hacen claramente visibles, siendo entendidas por medio de las cosas hechas. Filosofía, te pongo este dilema: encuéntrame. Aquí están mis obras: encuéntrame. Descubre en el maravilloso mundo que he creado, la manera de adorarme aceptablemente.