La Reforma fue uno de los mayores acontecimientos en la historia del mundo. Esencialmente, fue una obra de Dios relacionada con la verdad de la doctrina bíblica, pero llegó a ser un poderoso avivamiento de vida espiritual y una tremenda conmoción de intensa convicción religiosa.
Una vez que el Evangelio fue redescubierto, la gente comenzó a experimentar, mediante el poder del Espíritu Santo, la plena realidad de la salvación de Cristo. El catolicismo romano fue rechazado porque se vio que no era la religión de Jesucristo; y el cristianismo neotestamentario, en su plena pureza y poder, fue restaurado una vez más a la Iglesia de Dios.
El historiador, Dr. J.H. Merle d' Aubigné, escribió: "El cristianismo primitivo y la Reforma constituyen una y la misma revolución, producida en diferentes épocas y bajo diferentes circunstancias."
Hoy presenciamos los intentos a alto nivel de deshacer la gloriosa obra de la Reforma.
La mayoría de nosotros habremos leído reportajes de un discurso del Arzobispo de Canterbury pronunciado hace dos años, en 1993, en la Iglesia de S. Gregorio en Roma. En su discurso, daba a entender que la primacía papal podría ser reconocida por la Iglesia de Inglaterra, y llamó a los cristianos en todas partes a aceptar al Papa como el dirigente de la Iglesia universal.
Al día siguiente, en una demostración de unidad sin precedentes, él y el Papa se abrazaron durante una misa papal en la plaza de S. Pedro. Este realineamiento con Roma ha sido necia e ingenuamente aceptado por muchos protestantes nominales. De hecho, esto es una traición a nuestra fe protestante y un rechazo despreciativo del patrimonio de la Reforma.
En vista de la confusión mental prevaleciente, es necesario reafirmar los principios de la verdad de la Reforma y examinar el romanismo a la luz de los mismos. Los reformadores lucharon para defender un Evangelio apropiadamente descrito por los siguientes lemas:
Las Santas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamentos, como inspiradas por Dios que son, constituyen la sola y suficiente autoridad en todos los asuntos de fe y práctica.
La Palabra escrita se mantiene gloriosamente sola en su majestad. Testifica en el nombre de Dios. Demanda reverencia, fe inquebrantable en sus doctrinas y firme obediencia a sus mandatos. "Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra" (2ªTim.3:16).
Rechazamos las autoridades de Roma, que son "la Santa Madre Iglesia, los libros apócrifos, el consenso unánime de los Padres, los decretos de los Concilios, las tradiciones no escritas y las decisiones de los Papas". "Sólo la Biblia es la religión de los protestantes". (Wlliam Chillingworth).
La gracia es el favor inmerecido de Dios, de su amor gratuito. Presupone total indignidad en sus objetos, quienes son considerados pecadores y culpables, que no merecen nada sino el castigo.
La salvación es enteramente por gracia. Esto significa que es exclusivamente una obra divina, absolutamente libre y soberana, en la que los pecadores no juegan ningún papel y a la que no contribuyen en nada.
Dios no está obligado a salvar. Las personas no han hecho nada para merecerlo. La gracia, y sólo la gracia, es la causa de la salvación. "Si es por gracia, ya no es a base de obras, de otra manera la gracia ya no es gracia" (Rom.11:6). Por gracia, Dios elige a personas para vida eterna, las redime por
medio de Jesucristo, las llama por el Espíritu Santo, las justifica por la fe, las guarda para vida eterna (Rom.11:5; Gál.1:15; Tit.3:7; Efe.1:5,6; 2:7; Rom.5:21). "Por gracia sois salvos" (Efe.2:8).
El plan de salvación que enseña la Iglesia de Roma incluye la doctrina del mérito: "Las buenas obras realmente merecen la vida eterna; y quien sostenga lo contrario es maldito."
Aquél incluye aun la idea de que una persona justa puede acumular un exceso de buenas obras, más aún de lo que se requiere ("obras de supererogación", y que estos méritos superfluos, al formar un tesoro o fondo, pueden ser dispensados por el Papa a los católicos romanos menos santos, que pueden así gozar de los beneficios ganados por otros (la doctrina de las indulgencias). Pero ¿qué dice la Palabra de Dios? 'Dios... nos ha salvado... no según nuestras obras, sino según su propósito y según la gracia" (2ªTim.1:9). Esta es la doctrina de la Reforma, y Augustus Toplady lo expresó bien:
"El camino al cielo no pasa por un puente de peaje sino por un puente gratis; a saber, la gracia inmerecida de Dios en Cristo Jesús. La gracia nos halla como mendigos pero nos deja como deudores".
A Cristo se le presenta en la Escritura como mediador. Ahora bien, un mediador es alguien que se interpone entre dos partes enfrentadas con el propósito de reconciliarlas. Eso fue lo que Cristo hizo cuando tomó sobre sí nuestra humanidad. Obedeció en nuestro lugar y sufrió por nuestra culpa, realizando así todo lo que era necesario para hacer la paz (Hch.10:36; Rom.5:1). Sólo a través de Cristo podemos ser aceptados por Dios. El es el único camino de acceso a la presencia de Dios y el único canal por el que se otorgan las bendiciones. "Hay un solo y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, quien se dio a sí mismo en rescate por todos, testimonio dado a su debido tiempo" (1ªTim.2:5-6). Roma, sin embargo, interpone muchos mediadores.
En primer lugar, están los sacerdotes, esos intermediarios indispensables que tienen el exclusivo derecho y poder de ofrecer el sacrificio de la misa y transmitir la gracia merecida por dicho sacrificio (compárese Heb.7:24; 10:12,13).
A continuación se hallan los que están por encima y medían, tales como la Virgen María "abogada y mediadora", los santos difuntos y los santos ángeles. ("Deberíamos pedir a los ángeles y santos que oren por nosotros, porque son nuestros amigos y hermanos, y porque sus oraciones tienen gran poder con Dios", Un catecismo de doctrina cristiana, 1971). ¿Existe alguna justificación bíblica para esto? No, ninguna en absoluto. Estas cosas están expresamente prohibidas (Mat.12:47-50;
Hech.10:25,26. Col.2:18. Ap.22:8,9).
Juan Calvino, uno de los mayores reformadores, expresó claramente la verdadera doctrina de la Palabra de Dios:
"Podemos estar plena y firmemente unidos a Dios sólo cuando Cristo nos une a Él. Si queremos, pues, estar seguros de que Dios se complace en nosotros y está benignamente dispuesto hacia nosotros, debemos fijar nuestros ojos y nuestras mentes en Cristo solamente."
De todas las preguntas que una persona puede hacer, la más importante sin duda es: "¿Cómo puedo reconciliarme con Dios?" Sólo la revelación puede responder a esa pregunta, y la respuesta de la Biblia es la siguiente: "El hombre es justificado por la fe aparte de las obras de la ley" (Rom.3:28).
Esta doctrina de la "justificación por la sola fe es la verdad central del cristianismo y la verdadera prueba de la fidelidad de una iglesia al Evangelio.
Permítaseme en este punto definir los términos.
Justificación es una palabra legal, que pertenece propiamente a la esfera del derecho y los tribunales de justicia. Es un veredicto judicial, la declaración de que alguien es justo a los ojos de la ley. Cuando Dios justifica a los pecadores - y eso es lo que Él hace - los declara exentos de castigo y con derecho a ser recompensados sólo sobre la base de lo que Cristo ha hecho por ellos (Rom.3:24; 5:9). La fe es simplemente la confianza personal del pecador en Cristo como Salvador (Efe.1:13).
Dios sólo nos justifica cuando, en nuestra desesperación, acudimos a Cristo y ponemos toda nuestra confianza en su vida y muerte sustitutorias. "Habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Rom.5:1). Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino mediante la fe en Cristo Jesús, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para que seamos justificados por la fe en Cristo, y no por !as obras de la ley; puesto que por las obras de la ley nadie será justificado" (Gál.2:16).
No mas, mi Dios, no me jacto más
De todos los deberes realizados:
Renuncio a las esperanzas que tuve anteriormente,
Para confiar en los méritos de tu Hijo.
La mejor obediencia de mis manos
No se atreve a aparecer ante tu trono
Pero la fe puede responder a tus demandas,
Alegando lo que mi Señor ha hecho.
(Autor: Isaac Watts.)
La Iglesia Católica Romana niega esto. Según el dogma romano: "La causa instrumental (de la justificación) es el sacramento del bautismo," y: "mediante la observancia de los mandamientos de Dios y de la Iglesia, la fe cooperando con las buenas obras..." capacita a las personas para ser: "adicionalmente justificadas"! (Los Decretos del Concilio de Trento).
Los reformadores levantaron sus voces en una protesta unida contra tal perversión de la verdad bíblica. Aquí tenemos la gran declaración de Lutero:
'Yo, Martín Lutero, un indigno predicador del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, de esta manera profesa y cree; que este articulo, que la fe sola, sin obras, puede justificar ante Dios, nunca será derribado... Este es el verdadero Evangelio... Ésta es la doctrina que enseñaré; y esto el Espíritu Santo y la Iglesia de los fieles han declarado. En esto permaneceré. Amén."
La verdadera doctrina magnifica la gracia de Dios en la salvación de hombres y mujeres y nos hace elevar la voz de la alabanza que adora y la acción de gracias, de manera que la gloria sea dada a Dios a través de nuestro Señor Jesucristo. El plan completo es, como enseña el apóstol Pablo: "para alabanza de la gloria de su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado". De ahí la doxología: "a Él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos, Amén" (Efe.1:6;3:21).
La doctrina romanista exalta al Papa, a los sacerdotes y, por su doctrina de la salvación por obras, a los creyentes mismos. Es una religión centrada en el hombre, muy alejada de la religión del Nuevo Testamento.
La Verdad redescubierta en la Reforma devolvió la gloria a Dios.
William Tyndale, el traductor bíblico y mártir, en su Prólogo a la Epístola a los Romanos, escribió:
"Vemos que sólo Dios, quien, según la Escritura, obra todo en todas las cosas, obra la justificación, la salvación y la salud del hombre... la misericordia de Dios al prometer, y la Verdad en cumplir sus promesas, nos salva, y no nosotros a nosotros mismos; y, por tanto, todo loor, alabanza y gloria han de ser dadas a Dios por su misericordia y Verdad, y no a nosotros por nuestros méritos y dignidad."
Ojalá que Dios reavive en nuestros días estas grandes verdades por las que muchos reformadores murieron, y que enseñe a su pueblo la imposibilidad de una base común o unión con Roma.
Escrito por Malcolm Watts. Pastor de la Iglesia Evangélica Emanuel de Salisbury (Inglaterra).
Este artículo está tomado de la revista The Sword and Trowel