Pablo está escribiendo esta carta siendo prisionero, pero está lleno de gozo. No sé si a los filipenses les extrañaba que Dios no hubiese enviado un terremoto o un ángel del cielo para librarle de sus presiones en Roma como lo había hecho la vez anterior cuando estaba encarcelado en Filipos. ¡Que emocionante había sido! ¡Toda la cuidad sacudida por el poder de Dios, la dinamita del evangelio! Impresionó tanto al carcelero que cayó de rodillas preguntando qué tenía que hacer para ser salvo. La lección aquí es que Dios puede hacer un milagro una vez, pero no necesariamente lo hace la vez siguiente. Su actuación es siempre diferente. Contábamos con el milagro, y he aquí, Dios no hace nada. El no actuar no es menos una decisión de su sabia soberanía. En el segundo caso, el Señor dejó a Pablo en calidad de prisionero para introducir el evangelio en Roma, empezando con la guardia romana y después llegando al emperador. Si Dios actúa o no actúa, plan tiene.